Relato: El hermano perdido

Por un momento Gustavo pierde de vista a su hermano. Tiene que encontrarlo antes de que sus padres se den cuenta. Acompaña a Gustavo en este relato de intriga y humor.

Cuidar de Alex, su hermano pequeño, no era tarea fácil. Le gustaba curiosear y en aquel hotel no iba a hacer una excepción.

Se acercó a la jarra de agua que había sobre una mesa, cerca del mostrador de recepción, y le resultó gracioso ver trozos de fruta flotando en el agua. Cogió un vaso para servirse, pero, en cuanto la probó, la escupió con un gesto de asco y una queja sobre el sabor.

Gustavo limpió el suelo con una servilleta y le pidió a su hermano que se estuviera quieto. Sin embargo, el pequeño se dirigió hacia unos sillones y se sentó. Quiso que su hermano mayor se sentara también. En cuanto lo hizo, Alex se levantó y fue a explorar uno de los pasillos.

—Vuelve —le ordenó Gustavo, siguiéndolo.

En el pasillo había una puerta abierta por la que se veía un amplio comedor donde varias personas almorzaban.

—¿Cuándo vamos a comer?

—Primero, papá y mamá tienen que terminar de hablar con ese señor, luego hay que dejar las maletas en la habitación.

—¿Qué habitación tenemos?

—Aún no lo sé. Volvamos.

No obstante, Alex quería seguir investigando aquel nuevo lugar. Continuó andando por el pasillo mientras su hermano le pedía que regresaran.

—Qué habitaciones más raras —observó—. ¿Dónde están las camas?

—Son salas de reuniones. Las habitaciones estarán en otro lado.

—¿Qué es una sala de reuniones?

—Una sala donde los mayores se sientan para hablar de cosas aburridas.

—Ah.

Tras aquello, Alex regresó sobre sus pasos y se sentó de nuevo en un sillón. Su hermano le preguntó si se quedaría allí mientras él iba a beber agua de la jarra.

—No bebas. Está mala.

—Será del sabor de la fruta.

Gustavo cruzó el vestíbulo hacia la mesa. ¡Vaya paladar tenía Alex! No sabía mal, tan solo a las frutas. Dejó el vaso sobre una bandeja para los vasos usados y al darse la vuelta, comprobó con disgusto que su hermano ya no estaba en el sillón. Sus padres aún estaban hablando con el hombre de recepción, así que se propuso buscar a Alex antes de que se dieran cuenta.

No estaba en ningún sillón ni tampoco en el pasillo de las salas de reuniones. A su espalda había un pasillo con moqueta de color rojo. «Seguro que se ha ido por aquí», pensó, dirigiéndose hacia allí. Se percató de que había unas escaleras a la derecha, pero descartó la posibilidad de que Alex hubiera subido.

En el pasillo enmoquetado había puertas de madera iguales a cada lado. Lo único que las diferenciaba eran los números. Llamó a su hermano, aunque nadie le contestó. El pasillo doblaba hacia la derecha y, de pronto, una de las puertas se abrió y salió una mujer de rasgos asiáticos.

—¿Ha visto a mi hermano?

La mujer contestó algo que Gustavo no entendió antes de alejarse. No sabía qué le habría dicho, ya que parecía hablar en otro idioma.

Bufó y continuó su búsqueda. Unos pasos más adelante el pasillo se dividía en dos. ¿Izquierda o derecha? Eligió la izquierda.

De repente, comenzó a escuchar unos golpes fuertes. Al ver una puerta abierta de la que parecían provenir los ruidos, se asomó con cuidado a curiosear. Un hombre daba martillazos en el interior de un armario.

Gustavo se asustó y huyó. No quería ser atacado por el hombre del martillo. ¿Habría visto a Alex? Deseó que su hermano no hubiera ido por allí.

Estaba llegando al final del pasillo donde una puerta transparente daba acceso a un jardín. Sonrió al divisar el extremo de una piscina. ¡Iban a poder bañarse! Solo esperaba que su madre se hubiera acordado de llevarles un bañador.

Regresó sobre sus pasos con la idea de escoger el camino de la derecha. Pasó corriendo delante de la habitación del hombre del martillo, aunque ya no se oían los golpes. En aquella zona tampoco encontró a Alex.

Frustrado por el resultado de su investigación, decidió regresar a recepción y avisar a sus padres de que su hermano se había perdido. Caminó por el pasillo enmoquetado sin encontrar el modo de volver al vestíbulo. Descubrió con horror que él también se había perdido.

Asustado, se echó a llorar. Se sentó en el suelo con la esperanza de que alguien lo encontrase y lo pudiera llevar con sus padres. Se estaba limpiando los mocos con la manga cuando escuchó pasos y un silbido. ¡Oh, no! El hombre del martillo caminaba hacia él. Temiendo que pudiera golpearle, se levantó y corrió en sentido contrario, aunque sin saber a dónde ir.

En su huida se dio cuenta de que había llegado al principio del pasillo que accedía al vestíbulo. Contento por haberlo encontrado, sonrió y siguió corriendo. Al llegar, descubrió a su hermano sentado en el sillón junto a las maletas.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó, acercándose a él.

—Esperar a que aparezcas. Papá y mamá han ido a buscarte porque te habías perdido.

Gustavo levantó la mirada y comprobó que sus padres ya no estaban en el mostrador de recepción.

—¿Que yo me he perdido? ¡Has sido tú!

—¿Yo? Yo no me he perdido.

Entonces su hermano menor le explicó que se había levantado un momento para entrar al comedor y pedir agua que no supiera mal.

Poco después aparecieron sus padres y regañaron a Gustavo por dejar a su hermano solo y perderse. Él trató de contarles lo que había ocurrido, pero no lo creyeron.

—Tu hermano ha estado sentado aquí todo el rato como deberías haber hecho tú en vez de irte a explorar. ¿No te hemos encargado que cuides de Alex?

Guardó silencio cuando se dio cuenta de que sus explicaciones no valían. De camino a la habitación, como sus padres no lo oían, le dijo a su hermano:

—La próxima vez dejaré que te pierdas.

—¡Pero si aquí el único que se ha perdido has sido tú!

Si te ha gustado este relato y quieres leer otro, echa un vistazo a la categoría Relatos cortos.

Imagen de portada: Runnyrem en Unsplash.


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