Este tierno relato te sacará una sonrisa. Valentín refleja la curiosidad y las ganas de explorar el mundo a través de su llegada por primera vez a un hotel.
Valentín estaba muy emocionado porque le habían dicho que pasarían unos días en un hotel. Él no sabía qué era eso, así que preguntó. La explicación lo dejó lleno de curiosidad y ansia por llegar a ese lugar que sus padres llamaban hotel.
Miró boquiabierto el gran edificio frente al que su padre detuvo el coche, anunciando que ya habían llegado. Cuando el pequeño bajó del coche, se escabulló y corrió hacia la gran puerta giratoria de cristal, pero la voz de su padre le hizo regresar. ¡Vaya! Había que encargarse de las maletas antes de ir a explorar ese nuevo lugar.
Su madre le dio su mochila roja mientras le decía que no se separara de ellos. Impacientemente, esperó hasta que sus padres sacaron las maletas y un gran neceser verde con limones amarillos. Como ya lo conocían, su madre lo cogió de la mano cuando se dirigían a la puerta que no dejaba de dar vueltas.
Valentín se echó a reír al atravesar la puerta, pero su risa duró poco puesto que tuvo que salir enseguida y no pudo continuar dando vueltas por el interior de la puerta como le hubiera gustado. No le importó porque vio ante él una inmensa y elegante entrada donde tendría muchas cosas para investigar.
Aún de la mano de su madre, llegaron al mostrador de la recepción. Debido a su altura, Valentín no podía ver nada. Pidió a su padre que lo aupara y éste lo sentó sobre el mármol negro, donde vio a una mujer con el pelo rubio y rizado que los saludó sonriente.
Como los mayores hablaban de cosas que no entendía, Valentín miró a su alrededor. Aquel lugar era enorme: a un lado vio unas escaleras mecánicas que descendían, ascensores de cristal, un piano y unos grandes y bonitos jarrones llenos de dibujos. Quiso ir a ver los jarrones de cerca, así que le preguntó a su madre si podía ir.
—Sí, vamos, cielo —dijo ella.
Su madre lo acompañó y le explicó que eran jarrones chinos. Valentín quedó encantado con los dibujos de los jarrones y pensó que cuando tuviera su cuaderno y sus colores dibujaría algo parecido. Después quiso ir al piano, pero, obviamente, no pudo tocarlo. Seguido de su madre, exploró cuanto pudo, pero no le permitieron bajar por las escaleras mecánicas como le hubiera gustado.
—Más tarde bajaremos, ¿vale? Ahora vamos a ver nuestra habitación. ¿Te gusta este sitio, hijo?
—Sí, mami —respondió el niño con una sonrisa.
Su padre los esperaba junto al ascensor. Le ofreció unos caramelos y, después, le mostró una tarjeta explicándole que esa era la llave de la habitación. A Valentín le pareció una llave muy rara. No sonaba como solían hacer las llaves de casa.
Las puertas del ascensor se abrieron y Valentín vio unos sillones azules y una mesa baja. No dudó en correr hasta uno de los sillones y sentarse.
—¿Esta es nuestra habitación? —preguntó—. ¿Tengo que dormir aquí?
Y se acurrucó en el sillón como pudo y cerró los ojos, aunque no se sentía cómodo.
Sus padres sonrieron y le dijeron que no. Tenían que buscar una puerta con el número 478. Valentín ya sabía los números del uno al nueve, se los había enseñado su seño Paqui, así que podía ayudar a buscar ese número. Un cuatro, un siete y un ocho.
Se bajó del sillón canturreando la canción de los números que había aprendido: “El uno es el soldado que empieza la instrucción, el dos es un patito que está tomando el sol…” De pronto, se dio cuenta de que el suelo tenía colores y dibujos, y parecía blandito. Se paró y se agachó a tocarlo con la mano. Estaba suave.
—Se llama moqueta —le explicó su madre—. El suelo es de alfombra como la que tienes en casa con vaquitas y ovejas.
Satisfecho con la explicación, avanzó junto a sus padres. Doblaron una esquina y abrió la boca al ver un pasillo larguísimo con puertas a los lados. Echó a correr con el deseo de alcanzar el final.
—No te vayas muy lejos porque tenemos que encontrar la habitación —oyó decir a su padre.
¡Los números! Sí, tenía que buscar los números. ¿Cuáles eran? Cuatro dos seis, no. Siete cuatro tres, no. ¡Se le habían olvidado! Miró a su alrededor y vio muchos números, pero no recordaba cuál buscaban. Viendo que dudaba, su padre lo ayudó:
—Buscamos un cuatro, un siete y un ocho.
¡Recibido!
No estaban lejos, solo tuvieron que avanzar un poco más para encontrar la puerta de su habitación. Su padre le dio la tarjeta y le dijo que la introdujera en una ranura. Valentín necesitó ayuda, pero no tardó en oír un clic. ¡Ya podían entrar!
Él entró primero, por supuesto. Vio una cama enorme porque, en realidad, eran dos camas juntas y una cama pequeña a los pies. Había unas toallas sobre una cama, unos botes pequeños con líquido de colores en su interior y un círculo blanco que su padre le dijo que era un jabón.
Se miró en el espejo, se subió a la silla, fue a mirar por la ventana metiéndose detrás de las cortinas, descolgó el teléfono, abrió el armario, entró en el baño. Valentín no paraba. Era la primera vez que estaba en una habitación de hotel, así que no podía dejar un rincón sin explorar. Se subió a una de las camas grandes, tuvo la delicadeza de quitarse las zapatillas como le habían enseñado que debía hacer al subirse a la cama. Sin embargo, no dudó en lanzarlas por los aires, a pesar de que su madre le llamó la atención por hacerlo. Se disculpó con una sonrisa y comenzó a rodar sin dejar de reír.
¡No sabía que un hotel fuera un lugar tan divertido!
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