Un relato de humor en el que el protagonista encuentra su primer empleo como informático en una gran empresa, pero nada es como imagina.
Cuando Óscar estaba en la universidad y le preguntaban qué estudiaba, él sacaba pecho y contestaba:
—Ingeniería de software.
Ante su respuesta muchos se quedaban mirándolo raro, sin entender a qué se refería, de modo que, a su pesar, rectificaba:
—Informática.
Aquella palabra daba lugar en más de una ocasión a comentarios de tipo:
—Pues a ver si te pasas por mi casa porque tengo rota la impresora.
—Llama a un técnico. —Óscar se encogía de hombros—. ¿A mí qué me cuentas?
—¿Pero no estás estudiando informática? ¿Es que no te enseñan nada en clase?
Con el paso del tiempo, buscó su primer empleo. Le habían dicho que su carrera tenía mucha demanda, así que pensaba que pronto las empresas llamarían a su puerta, aunque no fue así exactamente.
Después de enviar numerosos currículums, recibió la llamada de una multinacional puntera en tecnología. Con ilusión, pensó que sería su gran oportunidad para desarrollar los conocimientos que había adquirido.
Superadas dos entrevistas y una serie de pruebas, firmó su primer contrato junto a otros siete jóvenes recién graduados como él. En todos se percibía una mezcla de ganas e incertidumbre.
Los llevaron a través de pasillos de moqueta gris y amplias salas en las que muchas personas estaban sentadas en sillas giratorias, delante de pantallas y teclados, y los miraban con curiosidad. Óscar alcanzó a oír un comentario:
—Mira, más becarios.
Entraron a una sala de reuniones, tomaron asiento y en pocos minutos apareció un hombre de unos cuarenta años, con gafas y una gran sonrisa en el rostro. Se presentó y les anunció que les impartiría sesiones de formación sobre la metodología y el software utilizados por el departamento antes de que les asignasen a un grupo de trabajo.
Tras resolver un leve problema técnico con la conexión del portátil al proyector, vieron un fondo de pantalla proyectado en la pared. Aquel era el único ordenador de la sala, puesto que las nuevas incorporaciones no tenían todavía equipo ni cuaderno ni material para tomar notas, salvo sus propios móviles y algún que otro previsor que traía un cuaderno y un bolígrafo. El formador les dijo que les enviaría por correo electrónico los manuales para que ampliaran sus conocimientos.
Óscar casi se cayó de la silla cuando vio en pantalla un fondo negro con un menú de letras blancas al que se accedía mediante el teclado a base de comandos. Era el menú principal desde el que se creaban y modificaban los programas informáticos. ¿Una empresa puntera en tecnología utilizaba herramientas típicas hacía treinta años? Sí, así era, y Óscar trabajaría con ellas. Con esfuerzo, se tragó la decepción. En cualquier caso, estaba dispuesto a dar lo mejor de sí mismo.
Le alivió descubrir que las bases de datos eran más “modernas” y disponían de ventanas y botones, y hasta podía utilizar el ratón para trabajar con ellas. Todo un avance en relación a lo anterior. El inconveniente era que perdía a menudo la señal de red y había que volver a conectarla, teniendo en cuenta que las últimas modificaciones podían haberse perdido.
Las sesiones de formación duraban un par de horas al día. De vez en cuando, un experto les daba una charla sobre su trabajo para hacerles el tiempo más ameno. El resto de la jornada leían documentación y conversaban entre ellos mientras esperaban a que les asignaran un puesto de trabajo y les entregasen los equipos individuales. Al menos el formador había conseguido un portátil para compartir entre los ocho.
Así transcurrió una semana.
Por otra parte, no solo carecían de un puesto de trabajo o de un portátil, sino que para acceder a las oficinas, hacía falta una tarjeta que no tenían aún. Cada mañana Óscar le explicaba al guardia de seguridad de turno su situación y él lo anotaba en una lista antes de darle una tarjeta de visitante que debía devolver al final del día.
Después de otra semana, llegaron las tarjetas de acceso. Cuando Óscar probó la suya por primera vez, solo pudo abrir uno de los tres tornos que había, pero le alegró poder entrar como los demás empleados sin la intervención del guardia de seguridad.
Unos días después les entregaron un portátil. ¡Por fin un equipo propio!
El joven informático pasaba la jornada leyendo manuales y documentación que no entendía, tomando café de máquina y mirando el minutero del reloj como si así pudiera hacerlo avanzar más rápido a la hora de la salida.
Recibió su primera nómina consciente de que le habían pagado por no hacer nada, salvo calentar una silla y luchar contra el aburrimiento. Dio gracias a Dios cuando al día siguiente le presentaron al grupo con el que trabajaría.
Le pidieron que se sentara en el puesto de alguien que estaba de vacaciones y le encargaron su primera tarea. Tardó tres días en acabarla, después de muchas preguntas y no menos errores. No obstante, Óscar se sentía contento.
Estaba listo para abordar su segunda tarea, pero tuvo que aguardar durante una semana. No entendía cómo podían tenerlo sentado de brazos cruzados mientras sus compañeros de alrededor andaban hasta arriba de trabajo.
Se atrevió a comentarlo con su jefa, quien le habló de los picos de trabajo y le explicó que habría días en los que tendría tarea para él, otros en los que no, otros en los que solo un poco.
Y esos fueron los comienzos de Óscar como informático en aquella empresa.
—¿A qué te dedicas? —le preguntó un día un conocido al que llevaba mucho tiempo sin ver.
—Soy informático. Trabajo en…
—¡Qué bien! —lo interrumpió—. ¿Y podrías echarle un vistazo a mi portátil? Hace días que va muy lento. ¿Tendrá algún virus? ¿O habrá que formatearlo?
Óscar puso los ojos en blanco y suspiró.
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Imagen de portada: Markus Spiske en Unsplash.
Me gusta, tiene una dosis de humor y critica constructiva de las salidas laborales y de nuevas tecnologías. Ameno y entretenido.
Gracias por leerlo, disfrutarlo y comentar.
Que gracioso, je, je. Bien podría estar basado en hechos reales.
Es una historia real como la vida misma, tanto para informáticos como para otras profesiones.
Parece que el relato te ha hecho reír. Gracias, FJ.