Todo va según lo previsto hasta que un incidente da la vuelta a sus planes.
Como buen arquitecto, había calculado todo al milímetro y si todo iba según lo previsto, llegaría a tiempo.
Llevaba seis meses fuera de casa, trabajando en otro país para un proyecto internacional, y ansiaba ver a su mujer y a sus tres hijos.
Miró el reloj. En cuatro horas esperaba estar llegando a casa.
El piloto anunció que pronto aterrizarían. Suspiró y apoyó la cabeza contra el asiento. Solo tenía que coger otro vuelo y llegaría a su ciudad. No había avisado de que adelantaba la vuelta. Lo esperaban para la semana siguiente, pero había logrado dejar cerrados todos los asuntos de trabajo y anticipar el viaje. ¡Menuda sorpresa se iban a llevar! Sonreía de imaginar sus caras al verlo entrar en casa.
El avión tocó tierra y se detuvo. El piloto les informó de que permanecieran en sus asientos. Pero los minutos transcurrían sin que nadie se moviera. No era normal aquella espera. Los pasajeros comenzaron a cuchichear y a preguntarse qué ocurría.
Después de diez minutos, supieron la respuesta. Dos agentes entraron al avión y se acercaron a uno de los pasajeros. Le pidieron que los acompañase. Este se negó. Lo que originó un intenso diálogo para convencerlo. Agotada la vía del diálogo, se lo llevaron a la fuerza. Poco después, los pasajeros empezaron a moverse.
Él no había contado con aquel retraso y por mucho que corrió, perdió el siguiente vuelo y no habría otro hasta el día siguiente. ¿Y por vía terrestre? No podía alquilar un coche, ya que su daltonismo le impedía tener carné; y no había ninguna otra posibilidad. ¡No!
Se sentó en una de las frías y solitarias sillas metálicas. Dio una patada contra el suelo. No era justo. Todos disfrutarían esa noche del calor y el cariño de los suyos en una cena especial. Y él que había hecho todo lo posible porque así fuera, se quedaba solo en aquel aeropuerto y lejos de casa. Si al menos se hubiera quedado en la ciudad en la que había vivido en los últimos meses, habría tenido algún amigo o conocido a quien unirse. Y, para colmo, tendría que cenar un sándwich de una máquina, salvo que buscara algún restaurante. Pero no le apetecía ir a un lugar donde la gente estaría contenta celebrando aquella noche.
—¿Por qué estás tan enfadado?
Dirigió la mirada hacia aquella voz masculina y cálida. Un hombre con barba de varios días, el pelo largo y cubierto por una especie de poncho marrón se había sentado a su lado.
No le contestó, así que el recién llegado continuó hablando:
—Que las cosas no salgan como habías planeado no es motivo para enfadarte.
Quiso mandarlo a freír espárragos, pero prefirió ignorarlo con la esperanza de que se marchara… o, al menos, se callara. Sacó el móvil y se centró en la pantalla.
—Si yo te contara cómo fue mi primera Nochebuena… —dijo el desconocido—. Días antes tuve que hacer un viaje. Pensé que estaría de vuelta a tiempo para el gran acontecimiento, pero mi esposa, que me acompañaba, se puso de parto antes de lo previsto. Estábamos en mi pueblo natal, pero mi familia nos dio la espalda. El único alojamiento estaba lleno y nos quedamos en un establo.
A pesar de su intento de concentrarse en el móvil, lo había escuchado. Lo miró con el ceño fruncido, como si tratara de emitir un diagnóstico sobre la salud mental de aquel hombre. Se levantó, cogió sus maletas y se alejó. Lo que le faltaba era pasar aquella Nochebuena con un demente que se creía San José.
El desconocido lo llamó. ¿Cómo sabía su nombre? Lo ignoró, pero al oír la palabra pasaporte, se giró. De mala gana, retrocedió sobre sus pasos. El hombre le tendió el documento y al tocarlo, un fogonazo lo deslumbró.
Parpadeó varias veces. Ya no estaba en el aeropuerto, sino en un sitio pequeño, húmedo y maloliente; iluminado por una pequeña hoguera y una extraña luz que surgía de una especie de cajón lleno de paja.
Movido por la curiosidad, se acercó al lugar del que manaba la luz. Un recién nacido envuelto en pañales dormía plácidamente. Era el niño más hermoso que había visto nunca. Se quedó contemplándolo y mientras lo hacía, sintió un agradable calor que le abrasaba el corazón.
Sin saber cómo ni por qué, un ruido lo devolvió al aeropuerto. Estaba solo, en el asiento metálico. Miró a ambos lados en busca del desconocido. No lo vio. ¿Lo habría soñado? ¿Y el bebé también era parte de su fantasía? No, era lo más real que había vivido nunca. Aún sentía el calor en el corazón y con cerrar los ojos volvía a contemplar al pequeño.
Su enfado se había disipado. Pasaría aquella noche en el aeropuerto a la espera del siguiente vuelo para encontrarse con su familia, y ya no le importaba. Era la Nochebuena más especial de su vida.
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Imagen de portada: Skitterphoto en Pexels.
Muy buen relato y apropiado para estas fechas; con suspense e imaginación que da para reflexionar sobre cómo reaccionar cuando no sale algo como esperamos. Basta con mirar desde otro ángulo.
“Mis caminos no son vuestros caminos” nos dice Jesús en el Evangelio. ¡¡FELIZ NAVIDAD!!
Menos mal que no todo sale según nuestros planes, ya que en ocasiones salen mucho mejor de lo que esperamos. Gracias por tu comentario. ¡Feliz Navidad!