Ernesto está trabajando en su pintura cuando una mosca se posa sobre el lienzo. Intenta espantarla sin éxito. ¿Podrá continuar dando pinceladas, a pesar de la molesta visita? Un relato de humor.
Ernesto abrió la ventana de su estudio para que entrara aire fresco y siguió trabajando en su pintura de un frutero mientras tarareaba una canción. Decidió tomarse un descanso después de retocar la manzana en la que había estado trabajando.
Cuando regresó, dispuesto a retomar el trabajo con el pincel, la vio. Una mosca, del tamaño de una uña del meñique, estaba sobre su lienzo, destacando claramente sobre el amarillo de la manzana.
—¡Fuera de ahí! —le ordenó, aunque la mosca no le obedeció.
Por temor a estropear el lienzo, sopló con cuidado para espantarla. Funcionó hasta que un segundo después la mosca se posó sobre otra parte de la pintura. Volvió a soplarle y después de dos intentos más, logró su propósito. Cogió el pincel, esperando a que la molesta visita se marchara por la ventana.
Escogió colores de tonos verdosos con intención de dibujar el próximo elemento: una pera. Iba a dar la primera pincelada cuando la mosca zumbó en su oído y volvió a posarse en el lienzo.
—¡Vete! —le gritó.
Dio un soplido y la mosca se alejó, pero apenas había dado unas pinceladas cuando regresó, volando cerca de su cabeza.
—La ventana está abierta. ¿Por qué no te marchas y me dejas tranquilo?
La mosca no le respondió, sino que continuó volando de un lado a otro.
Ernesto se hizo el propósito de ignorarla, pero como le molestaba, decidió tomar alguna medida al respecto. Con el trapo de limpiar los pinceles comenzó a dar golpes al aire para espantarla y dirigirla hacia la ventana. Creyó verla salir y cerró la ventana.
Regresó a su pintura y disfrutó de unos minutos de tranquilidad hasta que escuchó un zumbido, luego volvió a verla paseándose sobre las frutas que tenía de modelo para pintar. Abrió la ventana y repitió la operación del trapo sin resultado.
—No me gusta matar insectos, pero si sigues así, haré una excepción —la amenazó.
Perdió a la mosca de vista y como no la encontró, volvió a su trabajo. ¡Se había posado de nuevo en la manzana del lienzo!
—¡Quita tus patas de ahí! —le chilló enfadado y sin pensarlo la golpeó con el trapo que aún tenía en la mano.
El lienzo se cayó del caballete con un fuerte ruido y tiró al suelo algunas pinturas, pinceles y botes con agua. Ernesto se apresuró a recoger el lienzo. ¡No! Su golpe había estropeado parte de la pintura. Echando pestes sobre la mosca, comenzó a recoger las cosas que se habían caído.
—¿Qué pasa? —preguntó Vanesa, su mujer, entrando en el estudio—. ¿Por qué gritas?
—¡Esa estúpida mosca ha estropeado mi pintura! —chilló, fuera de sí—. ¡Dos días de trabajo para nada! ¡La voy a hacer papilla en cuanto la pille!
—Tranquilízate, amor. No será para tanto.
—Mira. —Ernesto le mostró el lienzo.
—Puedes arreglar eso, salvo que quieras terminarlo con esa técnica —sonrió ella.
—Yo no le veo la gracia.
Vanesa le ayudó a recoger y limpiar el estropicio mientras Ernesto seguía culpando e insultando a la mosca. Ella le sugirió que se tomase un descanso.
—Antes tengo que encontrar a esa mosca.
—¿Para qué? ¿Vas a pedirle una indemnización? —bromeó ella—. Vamos, te vendrá bien un descanso para calmarte.
—¿Por qué te lo tomas a risa? —le preguntó él con el ceño fruncido—. ¿Acaso te parece divertido que haya estado trabajando en vano?
—No exageres. Puedes arreglar eso y terminar la pintura. Lo que me resulta gracioso es que una mosca te haya enfadado de esa manera. ¿Te parece normal?
Abrió la boca para responder, pero no dijo nada y reflexionó sobre las palabras de su esposa. «¿Cómo un insecto tan diminuto me ha alterado tanto el ánimo?», se preguntó. Después, se echó a reír, dándose cuenta de lo necio que había sido. Su risa aumentó al ver a la mosca volando por el estudio.
—Ahí está, ajena a lo que ha liado.
—En realidad, la has liado tú porque dudo que sus diminutas patas hayan volcado el caballete.
—Ha sido con un golpe de alas —bromeó él, que había vuelto a recuperar el buen humor.
Colocó de nuevo el lienzo sobre el caballete y la mosca no tardó en volver a posarse sobre la pintura amarilla de lo que fuera una manzana.
—Parece que ese color la atrae —observó él.
—¿Por qué no pintas la manzana en rojo o en verde?
—La manzana modelo es amarilla y así contrasta con los colores de las otras frutas.
—Cámbiale el color y pinta un plátano si necesitas algo amarillo.
—Entonces se posará en el plátano. Lo que tenemos que hacer es poner una mosquitera en esa ventana.
—Querrás decir una mosquera.
—Lo que sea con tal de que no entren insectos a molestarme.
—¿Y no has pensado que lo mismo se trata de una mosca artista y, por eso, se posa en el lienzo?
Ernesto se rascó la barbilla antes de contestar:
—Vaya teoría más absurda, pero la pondré a prueba. Voy a tomarme un descanso y dejaré aquí a la mosca para comprobar a mi vuelta si ha terminado mi obra. Si es así, dejaré que se quede.
—¿Y si no?
—Tendré que enseñarla a pintar.
Vanesa se echó a reír y cogió a su marido de la mano para salir juntos del estudio.
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Imagen de portada: Andrian Valeanu en Unsplash.