Relato: El primer telegrama de Agustín

Un relato de humor en el que un hombre trata de enviar su primer telegrama. ¿Lo conseguirá?

Cuando Agustín se apeó del coche de caballos, pagó una moneda al cochero y miró a ambos lados en busca de la oficina de telégrafos. El cochero con su voz bronca y un índice regordete le indicó el lugar exacto al que debía dirigirse.

Le dio las gracias, se caló el sombrero y cruzó la calle. Cuando empujó la pesada puerta y entró en la oficina, contempló con fastidio la cantidad de gente que había en la cola. Sacó su reloj de bolsillo, esperaba no demorarse demasiado. Aún tenía que ir a la iglesia para hablar con el párroco sobre el bautizo y pasar por la consulta del médico para que le examinase la rodilla que había vuelto a dolerle.

La oficina de telégrafos tan solo llevaba unas semanas abierta. Todo el mundo hablaba de ella y de la maravilla de poder comunicarse de forma tan rápida con poblaciones tan lejanas. Según se comentaba, estaban haciendo los primeros intentos para poder enviar telegramas a través del Canal de la Mancha. Parecía impensable.

Había quien se aventuraba a decir que pronto llegaría el día en el que podrían mandarse mensajes casi inmediatos a América desde Europa. ¿Sería posible? Uno de sus primos vivía en Baltimore, le costaba creer que pudiera comunicarse con él sin tener que esperar meses a recibir una carta.

Por fin, llegó su turno. La espera había agravado el dolor de la rodilla. Sacó del bolsillo interior de su abrigo un sobre, lo abrió y desdobló seis hojas escritas por ambas caras. Al otro lado del mostrador una joven lo miraba con impaciencia.

—Quisiera enviar esto —le dijo Agustín, mostrándole la carta.

—¿Acaso piensa que está en la oficina de correos? —preguntó la joven con un gesto de disgusto, después le entregó un trozo de papel—. Escriba aquí sus datos y los del remitente. La extensión del telegrama no debe salirse de este espacio. Tendrá que resumir esa novela, señor. ¡Siguiente!

Un hombre corpulento se puso junto a Agustín y le empujó con el hombro para hacerse sitio, pero él se negó a moverse y le pidió al hombre que esperase.

—No he enviado nunca un telegrama —le explicó a la chica—, pero me han dicho que el mensaje llega con mucha rapidez. Quiero que mi madre sepa que anoche nació Ramón.

—Sí, un telegrama llega mucho antes que una carta, pero el mensaje debe ser breve. Usted mismo ya lo ha dicho: «Anoche nació Ramón». Suficiente. Tres palabras.

—¿Aún no ha terminado? —quiso saber el hombre fornido con tono malhumorado.

—Espere un momento, por favor —le pidió Agustín, intentando no perder los nervios, luego miró a la joven—. Hace mucho que no me comunico con mi madre, así que ni siquiera sabía que Águeda estaba embarazada. Entenderá que quiera decirle algo más que tres palabras.

—Usted dirá, pero dese prisa porque hay más gente esperando.

—Me gustaría preguntarle cómo está, saber si sigue en aquella casa o se ha mudado con la tía Marcela y contarle que nosotros estamos muy felices por el nacimiento de nuestro primer hijo. Hubo algunas complicaciones durante el parto, pero, gracias a Dios, los dos están bien.

—Me alegro, pero son demasiadas palabras. Resuma y rellene esa hoja. Como veo que tardará, tendrá que volver a hacer la cola.

La joven abrió la boca, dispuesta a llamar al siguiente, pero Agustín la detuvo.

—¡No tengo tiempo para esperar de nuevo!

—Venga mañana —replicó ella con un encogimiento de hombros.

—Quiero enviar hoy el mensaje.

—¿Qué mensaje? —La joven puso los ojos en blanco.

—Pero si ya le he dicho lo que quiero poner.

—Es demasiado largo. ¿No sabe que se cobra por palabra?

—¿Por palabra? Las cartas no se cobran por palabra.

—Si prefiere avisar a su madre por carta, a cuatro manzanas de aquí está la oficina de correos.

—Está bien, está bien —se rindió Agustín, empezando a escribir en la hoja—. Enviaré ese escueto mensaje de tres palabras.

—¡Por fin! —exclamó la joven antes de decirle cuánto costaba.

Agustín pagó, se despidió y se retiró, ignorando la mirada iracunda del hombre corpulento. «Me pregunto si algún día esto del telégrafo mejorará y podré mandar una carta extensa de forma inmediata», reflexionó mientras salía a la calle, «aunque espero que no cobren por palabra».

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Imagen de portada: Suzy Hazelwood en Pexels.


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4 comentarios en «Relato: El primer telegrama de Agustín»

  1. Pobre Agustín.
    Y menos mal que no le dejaron enviar las “seis hojas escritas por ambas caras”.
    ¿Cuántas palabras serían?
    Le hubiese costado más dinero que visitar personalmente a su madre.

    Responder
    • Sí, menos mal, je, je. Gracias por leer el relato y dejar un comentario. Bendiciones y saludos.

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