En este relato de intriga lo que parecía una simple entrevista de trabajo para el puesto de vigilante del museo acaba de la forma más inesperada para Ramiro.
Pasó los dedos por las teclas del piano de forma distraída, arrancándole un sonido que hubiera hecho rechinar los dientes a Beethoven. Después se giró, emitiendo un suspiro y contempló por enésima vez el cuadro que había en la pared de enfrente, un paisaje montañoso al atardecer.
Llevaba suficiente tiempo en aquella estancia como para reproducirla al detalle con los ojos cerrados. Ya no sabía qué más hacer para distraerse durante su larga espera.
Se negaba a sacar el móvil como forma de entretenimiento y arriesgarse a que lo encontraran enfrascado en la pequeña pantalla. No, no quería dar mala impresión desde el primer instante. Cuando el director entrase, tendría que encontrarlo atento y de buen humor, a pesar de llevar allí más de cuarenta minutos. El recepcionista le había dicho que lo atenderían enseguida, pero aquello estaba poniendo a prueba su paciencia.
Luchaba contra la tentación de marcharse, pero la oferta para el puesto de vigilante de aquel museo le interesaba y había tardado tres semanas en concertar una entrevista.
Unos minutos más tarde, se abrió la puerta y entró un hombre. Tendría unos cincuenta años, canas y un rostro afeitado con pulcritud, y vestía un impecable traje de chaqueta gris con una corbata granate. Lo saludó estrechándole la mano y se disculpó por la demora, alegando que se había entretenido al teléfono.
Atravesaron juntos una sala del museo, subieron unas escaleras, atravesaron una puerta, en la que se leía Privado y que el director abrió con una llave, antes de llegar a su despacho. Ramiro tomó asiento, mostrando su mejor sonrisa, y se dispuso a realizar la entrevista de la mejor manera posible.
Al terminar, el director le comentó que había quedado muy contento con él, pero que aún tenían que entrevistar a otros candidatos. Se levantó y se ofreció a acompañar a Ramiro hasta la entrada.
Iban pasando por la sala del museo, que habían atravesado anteriormente, cuando Ramiro dejó de escuchar lo que el director decía y regresó sobre sus pasos. Se detuvo delante de un cuadro y exclamó:
—¡Este cuadro no estaba aquí antes!
—¿Pero qué está diciendo? —preguntó el director, acercándose a él.
—Aquí había un cuadro de un puerto y ahora hay otro de unos vendedores de fruta. Mire, la placa de la derecha dice: Salida hacia la pesca.
—Es usted muy observador —repuso el otro con una sonrisa.
—Se nota que el cuadro que había antes era un poco más grande. ¿No ve la marca oscura del marco en la pared? Habrá que revisar las cámaras para descubrir quién ha dado el cambiazo.
—¿Cree que lo han robado?
—No lo sé, pero de que lo han cambiado estoy seguro.
—El trabajo es suyo —le anunció el director—, de modo que pediré que preparen el contrato y mañana mismo podrá firmarlo.
Ramiro se quedó estupefacto, asimilando la noticia. Después el director añadió que, dada la gravedad del asunto, debía empezar a trabajar de inmediato.
—¿Ahora mismo? Tengo el coche en zona azul y el ticket me cumplió hace diez minutos. Además, mi hijo sale del colegio dentro de una hora y debo ir a recogerlo.
—¿Usted quiere este trabajo o no?
—Sí, pero ahora no puedo quedarme.
—¿Y si el ladrón aún está en el museo? ¡Atrápelo! Es usted el vigilante.
El director se alejó mientras Ramiro se quedaba sin saber qué decir o qué hacer.
Cerró los ojos, preguntándose cómo habrían podido cambiar un cuadro por otro sin que nadie se diera cuenta. Usando su mano como unidad de medida, calculó que el cuadro desaparecido era un cuadrado de setenta centímetros de lado.
Volvió sobre sus pasos con la intención de preguntar al director dónde podría ver las grabaciones de las cámaras, pero no lo encontró, y nadie le abrió cuando llamó a la puerta que decía Privado. Miró el reloj. Tenía que recoger a su hijo en cincuenta y cinco minutos e iba a tardar unos treinta en llegar. Eso sin contar que tuviera que pagar una multa por tener el ticket de aparcamiento caducado.
De buena gana se hubiera marchado ignorando el enigma del cuadro, pero no quería perder el trabajo que acababa de conseguir y, además, sentía curiosidad por saber cómo habían podido hacerlo.
Visualizó cuántas personas había en la sala cuando pasó con el director. Según recordaba, había dos mujeres, un hombre y un carro de la limpieza en el extremo opuesto. ¡El carro de la limpieza! Seguro que habían hecho el cambio con el carro para ocultar los cuadros.
Comenzó a recorrer las salas del museo en busca de un carro de limpieza, pero tras un rotundo fracaso, miró el reloj y descubrió que era hora de marcharse para recoger a su hijo. Regresó a la sala con la absurda idea de que hubieran devuelto el cuadro y, de repente, se dio cuenta de que en la pared opuesta al cuadro de los vendedores de fruta había uno un puerto.
Sin dar crédito a lo que veía, se acercó y comprobó que se trataba del cuadro que estaba buscando. A su lado, había una placa en la que se leía: La venta de la fruta.
Se golpeó la frente con una mano cuando descubrió que se trataba de un intercambio de cuadros y no de un robo. Justo en aquel momento apareció el director, le preguntó si había avanzado en la búsqueda del cuadro.
—Ahí lo tiene. —Lo señaló, avergonzado.
El director sonrió.
—¿Sabría decirme cuál era la partitura que había en el piano?
—Sí, la danza húngara número 5 de Brahms en Sol menor. ¿Por qué?
—Son solo unas pequeñas pruebas para evaluar su capacidad para el puesto. Permítame decirle que las ha superado con éxito: paciencia, observación, resolución. El trabajo es suyo. Por favor, venga mañana a las nueve para firmar el contrato. Ah, por cierto, dese prisa o no llegará a tiempo para recoger a su hijo.
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Imagen de portada: Eric Park en Unsplash.
Buen relato, con una lectura ágil y amena.
Qué bien que te haya gustado. Gracias.
Un policial aunque no haya delito: la tensión, el tiempo que lo empuja desde el ticket hasta el colegio, el Director implacable. Muy bien escrito, el hilo de suspenso tira hasta el final. ¡Excelente!
Gracias, Juana. Me alegro de que te haya gustado y de haberte mantenido en vilo hasta el final.