¿Quién ha dejado una rosa en el parabrisas de la profesora? No es un hecho puntual y Magda es incapaz de imaginar qué o quién se oculta detrás. Un relato de intriga y ¿romántico?
Había una rosa roja en el parabrisas de su coche. Era evidente que alguien la había cortado descuidadamente de algún rosal. Magda la cogió y se dirigió al edificio principal para contárselo al director del instituto.
Por desgracia, él ya se había marchado. Antes de que pudiera decidir qué hacer, vio al jefe de estudios, un hombre de unos cuarenta años, corpulento y con poco pelo. Se acercó a él y le mostró la rosa.
—Algún gamberro la ha cortado de los rosales de la entrada y la ha dejado en mi parabrisas —le contó.
—¿Has comprobado que sea de nuestros rosales?
—No, no he visto necesario jugar a los detectives y descubrir de qué tallo la han cortado. Está claro que es de nuestros rosales. ¿De dónde iba a salir si no?
—Será difícil descubrir quién ha sido, pero preguntaré si alguien ha visto algo.
—De acuerdo. Te la dejo de prueba —dijo ella ofreciéndola, pero él la rechazó.
—No es necesario. Quédatela ya que estaba en tu coche.
Magda se encogió de hombros y se despidieron.
Al día siguiente, a la hora de marcharse, descubrió de nuevo otra rosa sobre el parabrisas. No sabía si el jefe de estudios habría descubierto algo, pero tenía que contarle que el gamberro no había hecho una travesura puntual.
Cuando le mostró la segunda rosa, él se echó a reír.
—Vaya, esto no es casualidad. El cortador de rosas sabe cuál es su objetivo.
—Yo no le encuentro el chiste —contestó ella con seriedad—. Tenemos a un gamberro que va a cargarse los rosales de la entrada como no se descubra pronto quién es. Tal vez le pareció divertido dejarla en el mismo sitio de ayer.
—A mí me parece que sabe bien a quién le quiere dejar la rosa.
—No digas tonterías.
—Además, he hecho averiguaciones y nuestros rosales están en perfecto estado. Nadie ha cortado nada.
—¿En serio? —preguntó Magda desconcertada.
—Puedes comprobarlo tú misma cuando pases por la entrada.
—¿Y esta rosa tampoco es de ahí?
—Si ayer no la cortó, imagino que esa tampoco, aunque lo comprobaré. Tu teoría del gamberro no se sostiene.
—La tuya tampoco —replicó Magda de mal humor.
El jefe de estudios estaba sugiriendo que alguien le dejaba las rosas con un fin romántico, pero ella no lo iba a aceptar. Llevaba doce años en aquel instituto y conocía a todos los profesores. Tenía que tratarse de algún alumno.
Se puso al volante con un suspiro. Tenía cuarenta y tres años, estaba soltera y no tenía perspectivas de dejar de serlo. Vivía tranquila con su situación ya que nunca se había sentido llamada a estar con alguien y formar una familia. Sin embargo, no iba a permitir que se burlaran de ella con las rosas.
Después de dos días más con rosas en el parabrisas a la hora de la salida y viendo que el jefe de estudios se lo tomaba a broma, decidió hablar con el director. No obstante, llevaba algunos días sin verlo. Cuando preguntaba por él, le decían que estaba ocupado o que ya se había marchado.
Se preguntó si no sería el director “desaparecido” quién estaba detrás de aquello, pero le pareció descabellado. El director estaba a punto de jubilarse y estaba felizmente casado. Además, tampoco tenían un trato cercano, solo el necesario por el trabajo.
Durante los siguientes días, fue a ver su coche en cada hueco libre que tenía, pero la rosa solo aparecía al final del día cuando ella salía de su última clase.
Pensó en pedirle a alguno de sus compañeros que vigilara su coche a última hora, pero no se atrevió. Quería mantener el asunto en secreto para no ser motivo de habladurías.
Después de siete rosas y ninguna pista, se cruzó por el pasillo con el jefe de estudios que le preguntó por el asunto de un modo discreto.
—Sigue creciendo el número —respondió ella.
—Como no me dijiste nada más, pensé que ya había parado.
—No. Y lo peor es que las tres últimas rosas llevan un poema.
—¿Un poema?
—Versos de Shakespeare, Neruda, Alberti. Me pregunto quién tocará hoy.
—Entonces podremos atrapar al culpable por la letra.
—No es tan tonto. Está escrito a ordenador.
—¿Y por qué no me has vuelto a decir nada más?
—Porque te lo tomaste a broma. He querido hablar con el director, pero no hay quien lo encuentre.
—Sí, está muy atareado últimamente. Veamos, son las once y veinticinco. El recreo está a punto de terminar. ¿Tienes clase a última hora?
—Como siempre.
—Hagamos una cosa. Yo estoy libre a última hora, así que voy a encargarme de vigilar tu coche para ver quién está detrás de esto.
—No quiero molestar a nadie. Supongo que tarde o temprano se cansará.
—¿No quieres saber quién es?
—Sí.
—Entonces hagamos como he dicho.
Y sin darle tiempo a contestar, el jefe de estudios se alejó.
Cuando Magda terminó su jornada y se dirigió a su coche, se encontró al jefe de estudios hablando con un alumno de cuarto curso. Se llamaba Darío y, aunque no molestaba mucho en clase, le costaba aprobar porque no quería estudiar.
—Aquí tienes al culpable —le dijo el jefe de estudios—. Ha estado cortando rosas del parque de atrás y dejándolas en el parabrisas antes de marcharse. Le pareció buena idea para su plan empezar a añadir poemas románticos.
—¿Qué plan? —quiso saber Magda mirando al chico, que no se atrevía a levantar la mirada del suelo.
—Quería que se sintiera enamorada —contestó al fin—. Se acercan los exámenes finales y su asignatura es la que más me cuesta aprobar. Si obtengo un cuatro alto, usted me lo deja en un suspenso y no me da el cinco. Pensé que si estaba de mejor humor al pensar que tenía un admirador secreto, me ganaría el cinco.
—¿Acaso crees que te dejo un cuatro alto como suspenso por gusto? Lo hago porque sé que te puedes esforzar más. Eres inteligente, pero te puede la pereza y es lo que trato de ayudarte a corregir. Te lo he dicho muchas veces. Y tratar de engañarme con rosas no te ayudará a aprobar.
—Lo siento.
—Vete a casa y estudia. Más te vale venir bien preparado al examen que tenemos la semana que viene.
El chico asintió y se alejó corriendo.
Magda le dio las gracias al jefe de estudios y él le contó cómo había visto acercarse al chico, sacar la rosa de la mochila y pillarlo con las manos en la masa cuando la dejaba en el parabrisas.
Este relato continúa en Bombones en el parabrisas. ¿Y ahora quién está dejando bombones en el parabrisas de la profesora?
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Imagen de portada: Ivan Jevtic en Unsplash.
Esperé hasta el último párrafo, que fuese el jefe quien dejaba las rosas y que utilizó a Darío para despistar a la profesora. Bonito y sencillo
Gracias. El final que comentas era una de las posibilidades que tenía en mente, pero la descarté.